09 octubre 2006

La nuit blanche

Creo que entre el 15 y el 16 de septiembre se celebró en París, una vez más, la Jornada del Patrimonio. Y una vez más, me la perdí. Se trata de un día de puertas abiertas, en el que se permite la entrada a monumentos y edificios emblemáticos de difícil acceso, y se amplían los horarios de aquellos más turísticos o, simplemente, conocidos. Da igual, me lo perdí. Hasta el año que viene.
Algo parecido ocurre con la Nuit Blanche, o vas el día que corresponde o te lo pierdes durante un año. ¡Qué angustia!. El año pasado me la perdí - of course - y este año llevaba una semana preocupada porque me la podría perder. Pero no, esta vez no, allí estuve, bien pasada la medianoche, asombrada, ante la cantidad de gente que se paseaba de un lugar a otro en la noche parisina, normalmente tan desierta a ciertas horas.
Durante la Nuit Blanche, que se celebró el sábado, abren sus puertas muchos edificios y centros culturales hasta altas horas de la noche, se supone que el metro funciona hasta que comienza el turno de mañana y hay exhibiciones y expociones por todos sitios. Sin embargo, lo de los horarios sigue siendo muy francés y cuando llegué al Museo Branly, no era ni la una de la madrugada, había finalizado la última visita. Luego, intenté entrar en el Hotel de Ville (es decir, el Ayuntamiento) pero la cola para escuchar música alternativa, bastante estridente y macabra, junto a no sé qué performance con balones gigantes negros, era de más de media hora. Así que abandoné. Por último, me di un paseo por el Marais y allí vi un par de acciones curisas, extrañas y divertidas. Como un hombre vestido de naranja, sobre una estatua a su imagen, en lo alto de la fachada de un edificio, iluminado como si fuera el giraldillo. O una especie de pulpo con brazos de fibra óptica que simulaba la lucha contra el sida y esto, atención, en el interior de una iglesia.