28 diciembre 2006

¡Qué frío hace, por dios!

Creo que voy a hibernar. Lo digo en serio. Con este frío exagerado, no consigo levantarme por las mañanas, estoy continuamente cansada, pero cansada, cansada, de mirarse al espejo y ver un zombi en vez de una persona. He ido a la farmacia y se lo he contado al dependiente, tal cual, me caigo por las esquinas, oiga, deme argo, por favó. Y bueno, me ha dado un bote de pastillitas de esas, tipo Micebrina, especial mujeres, que debe ser que nos cansamos más, no sé. Las tomé dos días, sutil efecto, y las sustituí por otras de herbolario que tienen no sé qué sustancia de los mares...contra el estrés. Raro, ¿verdad? ¿Qué tendrán que ver los fondos marinos con el caos de las grandes ciudades? Pues ahí estoy. En realidad, creo que es psicológico. Que me da pereza levantarme cuando la ciudad está tan gris, las ventanas no reflejan nada y la nariz de la gente luce más que su sonrisa, escasa habitualmente y escondida tras la bufanda por esta época. En Madrid quitaron los termómetros de las calles para que los madrileños no se agobiaran en verano al comprobar la temperatura que alcanza la calle con el recalentamiento del asfalto (igual es una leyenda urbana, pero a mi me convenció la explicación, aunque no la medida...). Aquí, en París, sigue habiendo relojes digitales callejeros, pero no tienen termómetro tampoco. ¿Los habrán quitado para que los emigrantes no nos deprimamos?