Según he leído, a pesar de la lluvia intermitente, la Fiesta de la Música, que celebró anoche en París su 25ª edición, ha sido todo un éxito. Una vez más. Sólo en la Defense, la explanada entre rascacielos del barrio financiero, se concentraron más de 65.000 personas para asistir a un macroconcierto gratuito, similar al del año pasado en el Palacio de Versalles.
Lejos de tales multitudes y de los artistas conocidos, preferí unirme a un grupo de amigos en las estrechas callejuelas del 10e. arrondissement, ese barrio desconocido - al menos para mi -. Empezamos, sobre las diez y media de la noche, bailando en una tienda de discos de la Place de Sainte Marthe. Y seguimos en la calle, donde disfrutamos de un espectáculo impresionante de percusión brasileña. El grupo estaba formado por unas treinta personas que tocaban el tambor mientras seguían el ritmo y se movían al unísono calle arriba y calle abajo. Todo el mundo les seguía, a las órdenes de los tambores, sudando. El suelo temblaba, las paredes palpitaban, ¡qué fuerza!
Un poco más abajo, nos unimos a otro pasacalles, más exótico aún, quizá menos auténtico. Los componentes del grupo iban vestidos, poco vestidos ¡con el frío que hacía!, como si fueran indios del Amazonas, con colores muy llamativos, tambores y unos silbatos extraños. Luego, a la búsqueda de algún otro lugar (que terminó por ser el metro), pasamos por varios cafés en los que había conciertos de gente haciendo versiones de grunge y rock.
Sí, tiene ambientillo esta zona, al menos, la noche de la Fête de la Musique. Tendré que volver.
22 junio 2006
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