12 abril 2008

El maratón de París

No sé muy bien por qué, el domingo pasado decidí ir al maratón de París. No, no fui uno de los 28.300 participantes, evidentemente. Tan sólo fui a verlo, por curiosidad. El punto exacto de la llegada se encontraba detrás del Arco del Triunfo, en la burguesa y ancha avenida Foch, extensión de los Campos Elíseos hacia el bosque de Boulogne. Cuando llegué, más allá del mediodía, muchísima gente iba ya de vuelta, a menudo en grupos de apoyo a los cansados corredores, todavía en pantalones cortos y con la cara desencajada y feliz de “meta alcanzada”.
Había stands publicitarios y puestos de perritos, salchichas y kebabs humeantes por todos sitios. Y una marea humana de espectadores, más de 200.000 según los datos de la organización, a pesar de la mañana lluviosa. En aquel momento, llegaban los participantes que habían tardado 4 horas y media en recorrer los 42 kilómetros del maratón.
Junto a las gradas de la llegada, enfrente del animador con micro que felicitaba sin fin a los atletas en sus últimos metros antes de cruzar la línea de meta, la contemplación del espectáculo me emocionó como pocas cosas lo hacen: sentí, al mismo tiempo, una gran alegría y unas enormes ganas de llorar. Esta carrera no es una carrera como las demás, la competición individualista se convierte en auto superación y la cooperación es palpable: corredores en grupo, con banderas de sus países, con mensajes de ánimo en sus camisetas, disfrazados... Incluso vi un grupo de corredores que empujaban a un hombre en silla de ruedas. En sus espaldas se leía “La maratón de Pascal”. También vi un hombre cojeando que apenas podía seguir, y a otros dos corredores, pararse para ayudarle a llegar. “¡Venga, unos metros más y lo has logrado!”.

Para la mayor parte de los participantes no se trataba de obtener un puesto en el podium, sino simplemente de llegar. Que no es fácil. Era realmente impresionante, había gente de todas las edades, ancianos de pelo blanco y piernas delgaditas que pasaban delante de mi tan panchos, como si pasearan un perrito al trote, junto a jóvenes culturistas, con sus músculos hinchados, rojos del esfuerzo. Sin embargo, al acercarse al cartel de “Arrivée”, en el rostro de todos ellos se veía la misma expresión.

2 comentarios:

Guillermo dijo...

Lindo comentario, especialmente en el que mencionas “La maratón de Pascal”. Pocas veces se suele dar aca en Perú ese tipo de Maratón, deberiamos ser mas exigentes con los municipios..en fin, me agrado mucho encontrar este blog.. te seguiré leyendo :) saludos

Anónimo dijo...

Me encanta como escribes, un saludooo!